A la edad en la que aprendí a leer |
La lectura fue una forma de calmar a una niña revoltosa, y me abrió las puertas al mundo de la imaginación.
Cuando tenía solo 4 años, una tía lejana, con quien compartía gran parte del día, decidió enseñarme. Al parecer yo era muy curiosa y siempre le preguntaba, al verla leer a ella, “¿Qué dice acá? ¿Y acá? ¿Y allá?”. Agotada por mis constantes interrupciones, resolvió sentarme al atardecer en un banquito con el diario de la tarde recién llegado (¡elemento poco didáctico como pocos!).
Primero me enseñó las letras y el abecedario de memoria (¡ufffff!), después me enseñó a unir consonante con vocal... y a la semana me tenía leyéndole los titulares. Pocos días más y fui su lectora oficial de las tardes, mientras ella planchaba.
A partir de ese momento, cuando en casa no me encontraban, mi madre me buscaba en algún rincón, donde estaba yo con cualquier papel que tuviera algo escrito. “Debe andar por allí, leyendo”, era la frase normal al hablar de mi personita.
Para esa tía lejana: todo mi agradecimiento.
Patricia Pugliese
Docente y traductora
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