Carme Riera (Palma de Mallorca, 12 de enero de 1948) es una escritora española en catalán y castellano. Es catedrática de Literatura Española en la Universidad Autónoma de Barcelona. Entre sus novelas destacan En el último azul, premios Nacional de Narrativa, Josep Pla, Crexells, Lletra d’Or y Premio Vittorini a la mejor novela extranjera publicada en Italia en el año 2000; Por el cielo y más alla, Premio de la Crítica Serra d’Or; La mitad del alma, Premio Sant Jordi 2003; El verano del inglés y Naturaleza casi muerta. Su obra ha sido traducida al inglés, alemán, italiano, portugués, francés, ruso, griego, holandés, rumano, hebreo, húngaro, turco y eslovaco. En 2001 recibió el Premio Nacional de Cultura concedido por la Generalitat de Cataluña. Desde el día 8 de noviembre es miembro de la Real Academia de la Lengua en la que ocupa el sillón "n".
En su discurso de ingreso en la RAE habló sobre cómo aprendió a leer.
"... yo, por el contrario, fui una niña torpe, a la que las monjas no conseguían enseñar a leer. Exhaustas y vencidas, avisaron a mi madre de mis dificultades. Mi padre, al que eso de tener una hija tonta de capirote —como se decía en una época en que la hipocresía de lo políticamente correcto aún no había triunfado— debía de fastidiarle mucho, intentó encontrar un método distinto al del parvulario. Consistió en hacerme más caso del que los padres de entonces solían hacer a sus hijos, en especial si eran hijas, y en leerme una serie de textos que, a su parecer, podrían despertar en mí el interés por aprender a leer. Y funcionó, lo recuerdo muy bien.
Recuerdo con qué atención escuché la «Sonatina» de Rubén Darío y hasta qué punto me entusiasmó. Me pareció un cuento maravilloso que me estuviera especialmente dedicado... Todas las niñas se sienten princesa y yo estaba triste, ¿cómo no tenía que estarlo si era la última de la clase? Había palabras que no había oído nunca, que no entendía: Golgonda —¿sería Golconda?—Ormuz, libélula, argentina... O tal vez por eso, porque desconocía su significado me gustaban todavía más, me parecían misteriosas. Sonaban a música y me daban alas. Alas para alejarme: Golconda, argentina, Ormuz...
Le pedí a mi padre que volviera a leer el poema. En efecto, el estímulo estaba ahí, en la «Sonatina», en las palabras que nunca había escuchado juntas y que por arte de magia, más veloces aún que el caballo con alas del príncipe, podían, sin necesidad de que tuviera que moverme de casa ni salir de mi isla, llevarme lejos, muy lejos. A partir de aquel momento puse todo mi empeño en aprender a leer y en pocos días lo conseguí.
Ese hecho tan simple, al que no solemos dar importancia, tuvo para mí muchísima. Fue, sin duda, una de las mejores cosas que me han pasado en la vida. Por eso me he permitido, en una ocasión tan significativa y que debo a la generosidad y benevolencia de ustedes, volver la vista atrás, hacia la lejanía de mi infancia remota para reencontrar a la niña que, a instancias de su padre —cuánto daría para que hoy estuviera aquí—, aprendió a leer gracias a los versos de Rubén Darío."
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