Aprendí a leer con
tres años, y no lo hice en ninguna escuela sino en el hule con el
mapa de España que mi abuela, como tantas otras, tenía sobre la
mesa de la cocina.
Fue en el verano y la
maestra no fue otra que mi prima Corona, que lista ella y con tres
años más que yo, había sido una alumna aprovechada en aquel curso
que acababa de terminar. Generosa, además de lista, quiso compartir
con su prima pequeña aquel tesoro del conocimiento, aquella llave
que nos abriría tantas puertas de ahí en adelante. Así que allí,
inclinadas nuestras cabecitas sobre el tapete, iban sus dedos
señalando, y mis ojos siguiéndolos, las palabras mágicas: Madrid,
Burgos, Vizcaya... Y esta es una eme y la eme con la a suena ma.
Bueno, de esto último
no me acuerdo, la verdad, no sé qué método siguió para
transmitirme su ciencia, pero la verdad es que al final del verano yo
ya sabía leer las palabras sueltas, supongo que para la comprensión
lectora todavía tardaría un poco.
El portero de la finca
donde vivíamos cumplía su trabajo metido en un chiscón que había
justo antes del vestíbulo de ascensor y escalera, y entretenía su
inactividad forzosa leyendo novelas de Marcial Lafuente Estefanía,
que le prestaba la quiosquera de nada más salir a la acera. Un día,
en que mi madre se debió parar allí, en el chiscón, para hablar
con él sobre algo, yo me fijé en la novela en curso y como la
portada tenía letras, y yo ya sabía lo que había que hacer con
ellas, las leí en voz alta para asombro del señor Juan, que así se
llamaba el portero, y un poco de mi madre que aprovechó para lucir
las habilidades recién adquiridas de su niña. Así, cada vez que
bajaba o subía, el señor Juan aprovechaba para ponerme a prueba y
hacía que le leyera algunas de las palabras que ilustraban la
contraportada de la novela que andaba leyendo.
Poco tiempo después
ingresé en el colegio de enfrente, pero como mi madre puso en
conocimiento de las profesoras que yo ya sabía leer, tras la
preceptiva prueba y comprobación pertinente, se saltaron conmigo la
cartilla y me pasaron directamente al catón, que era el libro de las
mayores.
Los tapetes que
reproducían mapas desaparecieron de mi vida, supongo que porque se
pasaron de moda, sin yo darme cuenta, pero siempre mantuve bien vivo
el recuerdo y la anécdota de cómo había aprendido a leer. Un día,
muchos, muchos años después, iba en un autobús por la calle
Fuencarral de Madrid y volví a ver esos tapetes en el escaparate
de una tienda, hoy ya desaparecida. No sé ni adónde iba ni si
llevaba prisa, lo que sí que sé es que me bajé del autobús en la
parada siguiente, retrocedí el camino y compré uno de aquellos
tapetes que volví a poner en la mesa de mi actual cocina. Desde
entonces no han faltado, pues los voy reponiendo según se van
gastando. A mis hijos también les he enseñado en ellos dónde
quedaban las provincias de España.
María del Carmen Ugarte García (María Garcia en FB)
Economista prejubilada.
María del Carmen Ugarte García (María Garcia en FB)
Economista prejubilada.
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