Supongo que, como a todos, o al menos como a la mayoría, fue nuestra madre quien nos enseñó a leer. Ella no lo sabía pero hace más de 50 años siguió uno de los sistemas de enseñanza de lectura que, incluso en el día de hoy, se consideran avanzados. En lugar de ir letra a letra, ella me enseñaba palabras que comencé a reconocer gracias a su paciencia. Así pronto empecé a ser capaz de reconocer palabras e incluso frases relativamente complejas.
Cuando a los cinco o seis años entré en el jardín de infancia y empecé con lo de “mi mamá me mima” o “Tu tía te tutea a ti”, no era capaz de entender por dónde iba la historia porque en lo tocante a lectura y comprensión lectora mi nivel era muy superior al de otros niños de mi edad. A los siete años comencé a coleccionar la saga de “Sandokan” de Emilio Salgari y me pasaba leyendo y releyendo las aventuras de Sandokan, Yañez, Giro Batol y la Perla de Labuán hasta que mi padre se daba cuenta de que tenía la luz encendida, me quitaba el libro y me echaba la bronca de rigor.
Pero tanta precocidad me sirvió de poco. Treinta años después dejé de leer. La culpa fue de una enfermedad que se llama “retinosis pigmentaria” y que, en pocos años, me dejó ciego. Tuve que volver a aprender las letras pero esta vez en sistema Braille y utilizando dedos en lugar de ojos. Bien, puedo aseguraros que aprender este sistema no es difícil, apenas en un par de días ya las conocía todas e incluso podía escribir utilizando una especie de máquina de escribir, máquina Perkins, que “graba” los puntos de cada letra utilizando un papel apropiado. El que mis dedos adquirieran la sensibilidad adecuada para lograr una lectura cómoda resultaba mucho más complicado. Por suerte, o por desgracia, por aquel entonces empezaron a desarrollarse los “lectores de pantalla” que posibilitan, de una manera mucho más rápida y eficiente, el acceso a la lectura y a la escritura.
Ahora, a mis 58 tacos, bien llevaos, he pasado por tres sentidos para poder leer: La vista, como todo hijo de vecino, el tacto, como los ciegos de siempre y el oído, como los ciegos aficionados a la cosa informática. Así que, entre otros, mis agradecimientos a los antiguos mesopotámicos, que comenzaron a escribir, a mi madre, al señor Louis Braille y a mister Billy Gates que, al permitir la popularización de la informática, nos ha abierto una nueva puerta a este maravilloso mundo de las letras.
Manuel Enríquez.
Veterinario y escritor.
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