sábado, 14 de diciembre de 2013

Pilar Chargoñia

En la fiesta de final de curso

Yo aprendí a leer…

… con mi madre, que ha estado siempre allí, constante, casi invisible. No tengo recuerdos de cómo aprendí a leer. Sí en cambio de cuando me saqué un sobresaliente en lectura oral. 

Una noche de invierno, antes de la cena, pedí a mamá que me prestara atención y me corrigiera para poder leer en la clase del día siguiente. Comencé la lectura de un texto corto, de un autor uruguayo conocido, Serafín J. García. Sobre el campo, niños, pájaros, poco importa.

«¡No!, ¡así no!», me decía mamá, en los límites de su fastidio, mientras trajinaba en la cocina y trataba de ayudarme.

Volví a leer el texto una y otra vez, incontables veces… Hasta que logré su visto bueno. Conseguí terminar correctamente la pronunciación de cada palabra; le di la entonación adecuada a esas oraciones largas plagadas de comas.

Al otro día leí en la clase como si lo hiciera para mi madre. Llovía, era una de esas mañanas oscuras y olorosas a ropa mojada. La hermana Benigna, monja maestra de la clase de 4° año del Colegio del Divino Maestro, Carmelo, Uruguay, luego de mi lectura dibujó a lápiz, sobre el margen de mi texto escolar, un Ste. leve y bellísimo.

Volví a casa, le mostré la nota a mamá y fuimos felices.

Años después sigue sorprendiéndome mi propia proeza: tenía entonces, y sigo teniendo ahora, hipoacusia severa. Pero nadie lo notó, nadie lo sabía todavía. Le debo a la constancia y exigencia de mi madre una pronunciación casi perfecta, como de persona con audición normal.

Pilar Chargoñia

Correctora de estilo

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