sábado, 9 de mayo de 2015

Cecilia De Marchi Moyano



Mil y una noches

Aprendí a leer sola –o algo así– a los cuatro años. Por una parte, mis padres amaban la lectura y la casa siempre estuvo llena de estantes y libros. Además, cuando mi hermana Mariela estaba en la escuela, yo escuchaba a mi madre enseñar y repetir letras y palabras.

El nuestro fue amor a primera vista. Los libros me hicieron sentir siempre acogida y protegida, y retada: cada libro es un universo en expansión.

La segunda vez que aprendí a leer fue a los treinta años.

A los 22 fui atacada por un compañero de la universidad. No era la primera vez que sufría una agresión sexual. En mi país ser mujer es peligroso.

En cierto modo, perdí el sentido. Aunque sí podía reconocer letras y juntarlas, pronunciar estos sonidos era igual que mirar en el vacío. No lograba aferrar el significado de las palabras. Me tomó mucho tiempo, años, lograr que estos dibujitos me volvieran a contar.

Quien me enseñó a leer de nuevo fue mi hija. Ella me pedía cada noche que le contara un cuento, y noche a noche, cuento a cuento, me hizo volver a descifrar las cajas chinas que se encuentran en cada palabra. Como en las mil y una noches, mi pequeña Sherezada me logró liberar de un verdugo terrible: mi propia mente.

Ahora mismo no solo logro hilvanar palabras y significados, sino que también voy contándome. Ahora mismo, los libros han vuelto a ser lo que eran: lugares solitarios y concurridos, monstruosos y acogedores, memoria colectiva y creación privada. Han vuelto a ser universos en expansión.

Cecilia De Marchi Moyano

Escritora y correctora de estilo. 



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