(Explicar mi historia con los libros dicen. Como si fuera fácil. A lo que voy, no recuerdo cuándo empezó todo y empiezo a sospechar que es porque siempre han estado en mi vida).
Mis padres siempre andaban con ellos, incluso mi hermano. Así que, aunque en un principio éramos cuatro en casa, enseguida llegaron Rüdiger (un pequeño Vampiro) y Nicolás (el pequeño Nicolás). Mientras, en los estantes, los libros iban engordando y los dibujos de sus páginas dejaban paso solo a la letra. Curioso ¿eh?
Pero si hubo un momento clave en esta biografía fue en uno de esos extensos veranos de la niñez. Meg, Jo, Beth y Amy. Nos llamaban Mujercitas aunque luego llegaron también los hombrecitos y los muchachos de Jo. Visitamos el valle de la Humillación y la feria de las Vanidades y también tuvimos que superar la primera muerte. Pobre Beth.
Y llegó septiembre y lo hizo acompañado del temor de no encontrar unas amigas como ellas. Hasta que alguien me dijo ‘ve a ver a Momo, ella te ayudará’. En ese tiempo (o al menos así lo veo ahora) todo sucedía muy rápido, no habíamos terminado con los Ladrones del tiempo (qué paradójico suena hoy) cuando Bastián me pidió que le acompañara a la vieja librería de Karl. Así fue como conocí a Fuju, Atreyu y Emperatriz. Por cierto, en la película no salían exactamente como yo los vi. Pero bueno, esa es otra historia.
Los años transcurrían, la familia aumentaba (desde Rüdiger habían llegado tantos...) y mi relación con la lectura era cada vez más profunda. Comencé el instituto y me mostraron otro tipo de libros. El pobre San Manuel, imaginaos, bueno y mártir le llamaban. Unamuno y sus nivolas entraron así en mi vida para no abandonarla jamás.
(Al final sí han ido saliendo las palabras...)
Desde la época universitaria han cambiado muchas cosas. Ahora no siempre me emborrono con tinta y paso las páginas deslizando la yema de los dedos por una pantalla. Pero, en el fondo, todo es igual: Werther, Madame Bovary, El Sí de las niñas o Romeo y Julieta. El perfume, El retrato de Dorian Gray, A sangre fría, Cien años de soledad o Los renglones torcidos de Dios. Un mundo apasionante al que poder escapar día tras día sin importar dónde me encuentre.
Hoy, por suerte, ese amor se ha convertido en profesión. Y mi reto es conseguir que mis alumnos inicien su propia historia con ella. No es fácil, pues como decía Celaya: ‘uno tiene que llevar en el alma un poco de marino, un poco de pirata, un poco de poeta, y un kilo y medio de paciencia concentrada’.
Elisa Tormo Guevara
Profesora de lengua y literatura castellana.
El pequeño vampiro me abrió las puertas a Bram Stoker!
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