Recuerdo que, cuando era un niño, una parte importante de mi distracción
era la lectura. Hasta tal punto debía llegar mi avidez por leer, que me
adelantaron un curso y empecé la EGB con cinco años, pues la maestra
consideraba que, como sabía leer, no debía perder más tiempo en
parvulitos. Pienso, además, que debía hacerlo bien, pues siempre me
tocaba leer a mí en clase.
Quisiera recuperar especialmente una anécdota de aquella época. En casa
de una tía mía había un pequeño souvenir de la localidad de Morón de la
Frontera. Se trataba de un obelisco con el célebre gallo y una placa que
recogía brevemente la leyenda del lugar, ya saben, aquello de "te vas a
quedar como el gallo de Morón sin plumas y cacareando en la mejor
ocasión”. Cada vez que iba a visitar a mi tía, me hacían leerlo
públicamente delante de todos, pues parecían entender que era mucho más
atractivo un renacuajo lector que cualquier gallo de leyenda patria.
En casa de mis padres siempre hubo libros, no muchos, como correspondía a
una familia humilde y sin apenas formación, pero suficientes para que
ya desde pequeño considerase el libro como un objeto preciado. Nunca me
negaron un cuento o un libro; si no lo podían comprar iba a la
biblioteca del pueblo donde pasaba muchas tardes ojeando o leyendo los
libros que me llamaban la atención. Desde pequeño, cada vez que
viajábamos para ver a familiares lejanos, acostumbraba a comprarme
cuentos troquelados, libros ilustrados o tebeos para distraerme en el
tren.
Cuando crecí, los cuentos dieron paso a colecciones como Los cinco, Los
tres investigadores, Los Hollister, etc. y también clásicos juveniles
(colecciones como las de Anaya, el Club Joven de Bruguera o las primeras
colecciones promocionales de quiosco). Seguía visitando la biblioteca y
leyendo Astérix o Tintín, además de otras novelas juveniles que caían
en mis manos. Conforme entraba en la adolescencia, conocí muchas obras
clásicas en forma de cómic (los ilustrados de Bruguera), lo que me animó
a descubrir el mundo de la literatura que hoy día se ha convertido en
mi oficio.
Toni Solano
Profesor de lengua y literatura.
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