A ver, como explicaros que yo estoy aquí de rebote. Y cuando digo aquí, es un aquí con diferentes matices. Aquí escribiendo en este instante, aquí apareciendo en este blog y aquí, en este mundillo literario. Pues eso, de rebote. Rebote no en el sentido de que esté de casualidad. Son cosas muy distintas. Si es necesario, lo aclaro. La casualidad es algo que te encuentras sin pretenderlo, una coincidencia fortuita o un parecido razonable. Y no es eso, para nada. Yo estoy de rebote porque reboto, porque soy como una pelota. Y las pelotas rebotan. Así de sencillo.
A
mí me gustaba pintar, escuchar a los Eagles y jugar al fútbol. A
partes iguales. Lo de leer, como que no. No recuerdo la edad a la que
aprendí a leer porque aún no he aprendido. Pero sí recuerdo que me
temblaba la voz cuando leíamos en alto en clase y que me trababa
cada dos por tres. Tenía miedo a equivocarme y me equivocaba
constantemente. Y lo de escribir, como que tampoco. La dislexia y yo,
también mantuvimos un cálido romance. La cosa mala es que, entre lo
uno, lo otro y lo de más allá, algunas piezas no terminaban de
encajar en mi cabeza.
Los
primeros libros que recuerdo nos hicieron leer en el colegio fueron:
El
Lazarillo de Tormes
y Fuente
Ovejuna.
Logré desarrollar una mirada desafiante frente a la lectura. Más
tarde llegaron La
Regenta, Fortunata y Jacinta y
El
Quijote.
El divorcio era total. Mientras tanto seguía pintando, ahora ya
escuchaba algo de jazz, y mucho fútbol. Esos eran mis auténticos
amigos.
Pero
en el invierno de 1993, mi madrina me regaló un enemigo por mí
cumpleaños. Yo tenía catorce años ya. Se llamaba El
guardián entre el centeno.
Un magnífico nombre para mi némesis. Y lo peor es que yo sabía que
mi madrina me quería mucho. Cogí ese libro con sólo dos dedos de
cada mano. Ya había oído hablar de las famosas enfermedades
venéreas. Vete tú a saber si… En fin, lo abrí y leí la
dedicatoria:
"Bueno
Carlos, no sé si eres aficionado a la lectura, aunque estoy segura
de que, si no es así, algún día lo serás (espero…). De todas
formas, te regalo este libro ahora; es un libro que hay que leerlo
casi obligatoriamente, por lo menos antes de los 18 o 20 años, así
que tienes tiempo, ¿no? Para mí fue muy especial. Ya me contarás.
Feliz cumpleaños. Pat-1993”
Según
lo leía, iba contestándome a mí mismo. ¿Aficionado a la lectura?
Más bien, no ¿Algún día lo seré? Déjame que piense… ¿Leer
obligatoriamente? He oído esa frase antes. ¿Tiempo, yo? Mucho, sí,
pero no para esto.
La
cuestión es que, ya os he contado, que soy una pelota y que vivo de
un charco a otro brincando. Así que agarré ese librito y salté
sobre él. Y cuál fue mi sorpresa cuando, poco después, lo cerré y
me había cautivado. Me metí en el mundo de ese muchacho y me
encontré muy a gusto a su lado.
Guardé
esa mirada desafiante en un armario y la reemplacé por otra,
digamos, cautelosa. En absoluto había amor, pero había sospechas.
El tiempo pasó y las fricciones continuaron hasta que fui consciente
de que mientras leía, podía, además, perder el tiempo aprendiendo.
Para mí, un verdadero descubrimiento. Así que comencé a saltar de
nuevo, de la física a la etología, de la antropología a la
psiquiatría, de la cosmología a la ciencia-ficción. Salpicándolo
todo.
Y
así, seguí rebotando durante largos años hasta que decidí, ya ves
tú, que yo también escribiría. Así que, aquí estoy, hundido en
un charco que más bien parece un océano del que no puedo salir y me
llega el agua hasta el cuello.
Carlos de Miguel Aguado
Astrofísico frustrado.
Hago casas, cuadros y libros.
Hago casas, cuadros y libros.
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