martes, 24 de octubre de 2017

María Luisa Huertas



Me resulta imposible olvidar como y cuando aprendí a leer y a escribir. Toda mi vida ha estado marcada por esos momentos.

Nací en el seno de una familia marginal, en cuanto al trayecto de vida. Mis padres vivían y trabajaban en Marruecos. Durante mi infancia residíamos en las montañas Rifeñas, sin posibilidad de acudir a ningún colegio. Para mi seguridad, me enviaban muy a menudo a España, con los abuelos. Mi abuela era pintora y cantante de ópera y mi abuelo un hombre de negocios liberal, abierto y demasiado moderno para la época. En aquella casa se dedicaba mucho tiempo a las artes, a las reuniones con artistas de todas clases y a la lectura. Para mis abuelos la escuela era perturbadora para los niños, así que, aquí, tampoco tuve la posibilidad de canturrear las sílabas con otros niños. Ni de unir las consonantes y las vocales para formar palabras, sirviéndome de las sugestivas imágenes de los libros de texto.

Aprendí a leer con el Quijote. Sí, con el Quijote. Cuando fui capaz de unir las letras y de comprender las frases, pasé a todo tipo de literatura clásica y menos clásica que ocupaba la biblioteca. Ahora puedo decir que aprendí realmente a leer. Después de cada párrafo leído, se comentaba el contenido y poco a poco, mi pasión por la lectura dejó paso a la pasión por la escritura.


María Luisa Huertas
Escritora.



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