Un libro es como un jardín
que se lleva en el bolsillo.
Proverbio árabe.
que se lleva en el bolsillo.
Proverbio árabe.
¿Cómo
y cuándo comenzó mi pasión por la lectura?
La
respuesta es, como cabía esperar, una historia.
La historia de una niña que
creció en mil y una noches bajo la cálida voz de su madre mientras
le desgranaba las historias de Sherezade, la narradora por
excelencia. Gracias a sus cuentos descubrí que nada es imposible:
construir un jardín en el desierto, vivir la sencillez de los
nómadas, cabalgar sobre una alfombra voladora, recorrer los zocos y,
lo más importante de todo, sobrevivir porque hay historias que
contar y sabemos contarlas, que estamos vivos porque tenemos voz y
porque alguien nos escucha. Aunque esas historias que nos cuentan,
que nos contamos, no sean necesariamente placenteras.
La
niña se hizo grande. Ya tenía criterio propio y entre los libros de
casa buscaba aquellos que le llevasen a paraísos perdidos, playas
desiertas, barcos piratas.
Mis
primeras lecturas fueron la Isla
del Tesoro, Los
viajes de Guilliver,
las travesuras de
Guillermo o los
cuentos de Celia de Elena
Fortún.
En
mi undécimo cumpleaños mi madre me regaló dos libros que me han
acompañado desde siempre: Los
cuentos de la Alhambra de
Washington Irving y Alicia
en el país de las maravillas
de Lewis Carroll. Ese mismo año, con el dinero que habían ahorrado
compré el
Principito. Por
entonces no intuía que más tarde mi profesora de francés me haría
leer (precisamente) Le
petit prince y
Autour du monde en
80 jours.
Poco
después llegaron Enid Blyton y los
cinco. Ellos me
inspiraron los primeros relatos que escribí y que aún guardo con
mucho cariño.
A
los quince años descubro, gracias a mi hermano, a García Márquez y
Vargas Llosa. Del primero he leído (casi todo) lo publicado. Cien
años de soledad es mi libro de cabecera, lo he leído y releído en
varias ocasiones y puedo asegurar que nunca deja de sorprenderme,
además de tener distintas ediciones.
Por
esa época es cuando desembarco en la poesía de Machado, Alberti,
Lorca, Miguel Hernández.
La
niña creció y viajó.
Recorrí
Oriente Próximo y aprendí que el más precioso de todos los colores
es el que guardan las palabras. Conocí gentes, lugares, aromas que a
mi vuelta siempre añoraba con una punzada en el corazón. El vacío
de la nostalgia lo llené de libros y autores que me trasladaban a
esos lugares. Mi curiosidad me llevó a adentrarme más en la
idiosincrasia de sus gentes. Fue la etapa en la que me sumergí en el
ensayo, en la novela histórica, en los libros de viajes.
Desde
entonces leo con asiduidad a autores árabes como Rafik Schami
(sirio), Fátima Mernisi (marroquí), Malika Mokedden (argelina),
Ibrahim Al-Koni (libio), Simin Daneshvar y Kader Addolah (persas),
Tarik Ali (paquistaní), Niguif Mahfud (egipcio), Amin Maalouf,
Khalil Gibran (libaneses), Mahmud Darwis y Edward Said (palestinos).
En
el año 2005 entro en el Taller de Escritura Creativa de Clara
Obligado y gracias a ella descubro autores como Borges, Cortázar,
Monterroso, Horacio Quiroga, que me han ayudado a resolver muchos de
los vacíos que había en mi escritura. Gracias al Taller, a Camila
Paz y a la colección “el pez volador” pude publicar mi primer
libro de cuentos Tras
las huellas de Sherezade.
Voy
a terminar utilizando una frase de Borges: Siempre
imaginé que el paraíso sería algún tipo de biblioteca.
Carmen Dorado Vedia
Departamento de salud del ayuntamiento de Madrid.
Departamento de salud del ayuntamiento de Madrid.
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